SEMANA 1

 

Las 9:06

Santiago Ballén

Iba tarde para clase. No es algo extraordinario en mi día a día académico, pero siempre me causa cierta tensión. Pienso: “El profesor ya habrá empezado la clase, ¿qué estarán haciendo?”. Doy pasos largos mientras me abro camino hacia el edificio B. Observo a los demás estudiantes preguntándome si también van con retraso. A través de la última ventana del edificio veo un título que capta mi atención: Investigación Social. “Ahí debe ser”, me digo a mí mismo.  

Entro al salón B112. Me confronto con un montón de rostros que no son familiares. Hago un escaneo rápido hasta que reconozco las caras de mis amigos. Hay un puesto vacío al costado izquierdo de Gabriela Triana, una de ellos. Intento comunicarme con ella por medio de gestos para saber si ese va a ser mi lugar durante las próximas tres horas. Gabriela asiente. Me dirijo rápidamente hacia allí y me siento. Cuando termino de incorporarme, me percato que el profesor está dando indicaciones sobre un ejercicio. “Cierren los ojos e imaginen aquello que los representa”, indica. No termino de comprender qué se está haciendo en la clase. Giro la cabeza y le pregunto a mis amigos qué hay que hacer. Me vuelven a repetir lo que había escuchado del profesor. Una imagen viene como un destello en mi cabeza. Neuronas hacen conexión. Una cruz es mi dibujo. Camila, sentada a la derecha de Gabriela dice: “Ya sé cuál es el dibujo de Santi… Una cruz”. Triana me entrega un pedazo de papel. Con un micropunta negro dibujo dos líneas perpendiculares. Le pregunto al profesor si hay que poner el nombre del autor y él me dice que no. Giro la cabeza nuevamente y veo el rostro de frustración de Gabriela, no sabe qué dibujar. A tientas dibuja una mano con manillas. Eso sería lo que la representa. Me dice: “¿Cómo dibujo manillas?”. Me río porque su dibujo está flojo. Tomo su trozo de papel y procedo a dibujar lo que para mí es una mano con manillas. Sebastián, quién más adelante se presenta como el profesor encargado de la clase, recoge las hojas de todos mis compañeros y explica la actividad que vamos a realizar. Cada estudiante recibe una hoja diferente a la que entregó, debe ser un investigador y a partir del dibujo identificar la personalidad de la persona que lo creó.

El profesor me entrega una hoja de papel en la que el centro de atención se lo lleva una flor. Pienso instintivamente que la dibujó una mujer. Parece ser una margarita. Es un dibujo hecho a trazos sin cuidado y, a esfero negro. Esas son mis tres pistas fundamentales. Quiero pensar que también puede ser un varón, porque a los hombres también nos pueden gustar las flores. A propósito, siempre me acuerdo que es un regalo que nunca me han hecho.

Escribo en la parte superior derecha mis pistas. Agrego lo siguiente: “Le debe gustar la jardinería y la botánica”. “Listo, ¿cómo les fue?”, pregunta el profesor. Afirmo que me ha ido regular. Sin duda una diferencia con Gabriel, debido a que recibió un dibujo de una cruz. Para Gabriel parecía un poco más sencillo. Nos conocemos desde primer semestre, pero hasta quinto entablamos una amistad. Mientras escribe su descripción de mi personalidad, pregunta: “¿Cómo se escribe psico rígido?”. Yo me pierdo en mis pensamientos ya que  me entra la duda: ¿En qué yo podría ser pisco rígido? Esa palabra retumba en mi cabeza. Mientras escribo esto, pienso que parece extraño como una sola palabra puede hacer tanta diferencia en la vida de cualquier persona. Cuando recibimos un insulto, un halago o cualquier comentario, para la persona que lo pronuncia puede ser una palabra más, pero para aquella que lo recibe puede ser una eternidad.

Trato de no prestar atención a la palabra y me incorporo de nuevo en el ambiente del salón. Sigo extrañado porque hay muchos rostros que no conozco, algo que le menciono a Gabriela. El 90% de mis clases las tomo con personas con las que he cruzado palabra, pero esta vez tengo la oportunidad de conocer personas distintas.

Comenzamos la actividad, unas cuántas personas se presentan, se escuchan un par de comentarios, un par de risas, un par de voces. Cada vez la actividad va cobrando más sentido. Llega el turno de leer los comentarios de la flor. Resulta que estaba en lo correcto, era una mujer. Pero a la que no le gusta la botánica. Ahora llega el turno de la cruz. “Cristiana, se nota que es puro “Paz y amor”, obviamente tiene a Dios en su corazón y eso implica… que es amable, comprensivo y tranquilo, psicorrígido a su ideal.” Esas fueron las palabras de cómo me describió Gabriel. Entendí lo de piscorrígido; sin embargo, ahora que comprendo su significado me doy cuenta de que no soy serio ni amargado y sí me gusta la lúdica. Gabriel debió haberse equivocado. Pienso que sí soy muy seguro de mi fe e inmovible en lo que creo, estoy seguro que eso fue lo que él quiso expresar.  

Es mi turno de presentarme. Digo mi nombre, mi hobbie, mi pregrado, mi semestre y qué he escuchado de la clase. Vendo mi emprendimiento y escribo en el tablero el usuario de Instagram. Pasan unas personas más y la actividad termina. El profesor se presenta y explica los contenidos y dinámica de la clase. Un aspecto que me queda muy marcado es la puntualidad. “Tengo que llegar más temprano.”, pienso. A las 9:06 tendré que llegar. Sebastián, el profesor, nos explica la pirámide del aprendizaje y nos muestra un video, aunque debo confesar que parte de mi atención se la llevó Mapusa, una tiktoker que se hizo viral hace algún tiempo. “Mira a Mapusa”, le comento a Gabriela. La curiosidad que nos causa la gente con gran número de seguidores debería de ser un objeto de estudio.

La clase termina. El profesor se despide. Y queda en mi mente que debo hacer un escrito de 1000 palabras sobre aquel día. ¿De dónde sacaré ese montón de palabras? Bueno, lo acabé de hacer.

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